miércoles, 22 de junio de 2011

Aratirí y la consulta popular


 
El presidente de la República anunció durante el acto de conmemoración de un nuevo aniversario del natalicio del prócer, que el destino de la jugosa inversión prevista por la multinacional (o improbable empresa familiar india) Zamín Ferrous, en el marco del mega emprendimiento minero Aratirí en la zona de la localidad de Valentines, será sometido a una consulta popular, en principio no jurídicamente vinculante, pero al que se ha comprometido a respetar.

Para Mujica, una decisión de esta naturaleza merece un referéndum consultivo que habilite a la población a pronunciarse sobre el fondo del asunto, mucho más allá de la opinión del gobierno nacional, de la oposición, de la empresa, de la academia y de las organizaciones sociales.
Desde mi punto de vista, es una muy buena iniciativa ofrecer a la ciudadanía la posibilidad de resolver proyectos de esta envergadura, cuya instrumentación nos afectará a todos, y su desempeño productivo, social, económico y ambiental tendrá consecuencias reales sobre el diseño del Uruguay del futuro, al punto de significar, posiblemente, un hito industrial de impacto altísimo aunque, todavía, desconocido.
Ahora bien, para que este instrumento de democracia directa resulte en la participación del pueblo y alcance una resolución democrática irreprochable es sumamente importante que se organice el debate nacional de modo franco, didáctico casi, y muy plural. En cualquier otro caso, es bien probable que se midan en las urnas el potencial propagandístico de una empresa que no hesitará en invertir millones de dólares en estrategias publicitarias, contra un manojo variopinto de organizaciones sociales y ambientalistas, junto a un número restringido de formadores de opinión de presupuesto escaso.
Para decidir necesitamos mucha información, y la información no es lo mismo que la propaganda. Todos partimos de prejuicios y debe haber muy pocos uruguayos que entiendan con profundidad los importantísimos detalles de este tipo de industria, de este tipo de empresas, y de este tipo de inversiones multimillonarias. Para superar los prejuicios positivos o negativos, para evitar que se nos encandile con promesas de desarrollo rápido y dinero fácil, o que se nos aterre con catástrofes ecológicas y económicas, se precisa información veraz, tan objetiva como sea posible y mucha polémica de la buena, de la sustantiva, de la aburrida, incolora e inadjetivada. Sólo ese bodrio, ese boñato aburrido, serio y desespectacularizado puede constituir el conjunto de insumos indispensables para ir a las urnas con la tranquilidad de que estamos gobernando nuestro voto, y no votando bajo kilómetros de manipulación.
 Yo no creo, por ejemplo, que la minería sea incompatible ni con el Uruguay agro inteligente ni con el desarrollo del turismo, y me cuesta creer que algún uruguayo renuncie al hierro porque se opone a las industrias extractivas. Eso me parece hipócrita, como me pareció hipócrita el alzamiento contra la industria papelera, sin cuestionarse jamás el uso de papel lo más blanco posible. Pero admito que no sé nada más allá de lo que se puede leer en los diarios, que desconozco si el emprendimiento se proyecta de una forma que supone un disparate ambiental o, si por el contrario, cumple con los requisitos para minimizar su impacto sobre el ecosistema.  
Tengo además muchas dudas sobre el diseño del negocio. Me suena exagerado que una inversión de 2800 millones de dólares por única vez, facture luego de a 1800 millones de dólares por año, abonando un magro canon de un 5%, apenas 90 millones de dólares, de los cuáles el Estado se queda solamente con 54. Con esos números, me pregunto si no habría que considerar ir a medias en la inversión, porque se desquita todo en 18 meses, y después queda medio siglo íntegro de extracción de hierro para hacernos la guita.
Tal vez, la ventaja de estas grandes empresas multinacionales sea contar con el capital ya, pero es verdaderamente una bicoca invertir un dinero que –aunque parezca muchísimo- se amortiza en bastante menos de dos años, y quedarse con un yacimiento de hierro –que sale la friolera de 110 dólares la tonelada- por décadas y décadas. De repente lo mejor es nacionalizar ese recurso, como si fuera petróleo, o como hace Chile con su cobre, y tratar de que el pedazo de torta que le corresponde al país sea, por lo menos, algo más que un vuelto.
En cualquier caso, cabe reconocer la iniciativa del gobierno de proponer un referéndum consultivo, de convocar a los uruguayos y las uruguayas a resolver con el voto proyectos de este tipo. Con ello, la responsabilidad recaerá sobre nosotros mismos y deberemos responder con el compromiso de reflexionar mucho, de oír todas las campanas, de formar nuestra opinión con serenidad y con mucho amor por nuestra tierra, sin subirnos al carro de la comodidad de que siempre sean otros los que resuelvan por nosotros. 
Para Mujica, una decisión de esta naturaleza merece un referéndum consultivo que habilite a la población a pronunciarse sobre el fondo del asunto, mucho más allá de la opinión del gobierno nacional, de la oposición, de la empresa, de la academia y de las organizaciones sociales.
Desde mi punto de vista, es una muy buena iniciativa ofrecer a la ciudadanía la posibilidad de resolver proyectos de esta envergadura, cuya instrumentación nos afectará a todos, y su desempeño productivo, social, económico y ambiental tendrá consecuencias reales sobre el diseño del Uruguay del futuro, al punto de significar, posiblemente, un hito industrial de impacto altísimo aunque, todavía, desconocido.
Ahora bien, para que este instrumento de democracia directa resulte en la participación del pueblo y alcance una resolución democrática irreprochable es sumamente importante que se organice el debate nacional de modo franco, didáctico casi, y muy plural. En cualquier otro caso, es bien probable que se midan en las urnas el potencial propagandístico de una empresa que no hesitará en invertir millones de dólares en estrategias publicitarias, contra un manojo variopinto de organizaciones sociales y ambientalistas, junto a un número restringido de formadores de opinión de presupuesto escaso.
Para decidir necesitamos mucha información, y la información no es lo mismo que la propaganda. Todos partimos de prejuicios y debe haber muy pocos uruguayos que entiendan con profundidad los importantísimos detalles de este tipo de industria, de este tipo de empresas, y de este tipo de inversiones multimillonarias. Para superar los prejuicios positivos o negativos, para evitar que se nos encandile con promesas de desarrollo rápido y dinero fácil, o que se nos aterre con catástrofes ecológicas y económicas, se precisa información veraz, tan objetiva como sea posible y mucha polémica de la buena, de la sustantiva, de la aburrida, incolora e inadjetivada. Sólo ese bodrio, ese boñato aburrido, serio y desespectacularizado puede constituir el conjunto de insumos indispensables para ir a las urnas con la tranquilidad de que estamos gobernando nuestro voto, y no votando bajo kilómetros de manipulación.
 Yo no creo, por ejemplo, que la minería sea incompatible ni con el Uruguay agro inteligente ni con el desarrollo del turismo, y me cuesta creer que algún uruguayo renuncie al hierro porque se opone a las industrias extractivas. Eso me parece hipócrita, como me pareció hipócrita el alzamiento contra la industria papelera, sin cuestionarse jamás el uso de papel lo más blanco posible. Pero admito que no sé nada más allá de lo que se puede leer en los diarios, que desconozco si el emprendimiento se proyecta de una forma que supone un disparate ambiental o, si por el contrario, cumple con los requisitos para minimizar su impacto sobre el ecosistema.  
Tengo además muchas dudas sobre el diseño del negocio. Me suena exagerado que una inversión de 2800 millones de dólares por única vez, facture luego de a 1800 millones de dólares por año, abonando un magro canon de un 5%, apenas 90 millones de dólares, de los cuáles el Estado se queda solamente con 54. Con esos números, me pregunto si no habría que considerar ir a medias en la inversión, porque se desquita todo en 18 meses, y después queda medio siglo íntegro de extracción de hierro para hacernos la guita.
Tal vez, la ventaja de estas grandes empresas multinacionales sea contar con el capital ya, pero es verdaderamente una bicoca invertir un dinero que –aunque parezca muchísimo- se amortiza en bastante menos de dos años, y quedarse con un yacimiento de hierro –que sale la friolera de 110 dólares la tonelada- por décadas y décadas. De repente lo mejor es nacionalizar ese recurso, como si fuera petróleo, o como hace Chile con su cobre, y tratar de que el pedazo de torta que le corresponde al país sea, por lo menos, algo más que un vuelto.
En cualquier caso, cabe reconocer la iniciativa del gobierno de proponer un referéndum consultivo, de convocar a los uruguayos y las uruguayas a resolver con el voto proyectos de este tipo. Con ello, la responsabilidad recaerá sobre nosotros mismos y deberemos responder con el compromiso de reflexionar mucho, de oír todas las campanas, de formar nuestra opinión con serenidad y con mucho amor por nuestra tierra, sin subirnos al carro de la comodidad de que siempre sean otros los que resuelvan por nosotros.