EL HIERRO DURO DE LA “DONGEANT”, EL ACERO DULCE DEL BARCO DE
La Paloma, EL COBRE AMABLE DE LOS CLAVOS LARGOS.
Antes que fuera “Pueblo 19 de Abril” era Chafalote,
obviamente por el nombre del arroyo al que recostaron sus sueños, trabajos y
frustraciones, hijos y gente liberada, decenas de ellos desde la Colonia en
adelante.
Hubo un momento en la historia de este lugar, como ocurre
siempre en nuestros territorios, que pasó a ser la historia del pueblo, de la
gente.
Las historias que relatan quienes nacieron después de la
Guerra de 1904, relatan las amarguras por las muertes de hermanos y primos, la
sangría que les imponían los caudillos, señores de la guerra, la dignidad
recuperada después de la vergüenza de tener que esconderse en un cañaveral al
fondo del campo, para no ser reclutado a la fuerza para la milicia que pasaba.
La memoria local ha guardado también otros tesoros, que
afloran apenas se nombra un lugar, un oficio, una herramienta.
Los relatos que se recogen
de las historias fundadoras de este lugar tienen más colores, trasmiten
aromas, describen paisajes, mucho más ricos en todos los casos que cualquier
otro relato sobre las violencias salvajes en que rodaban las peonadas.
Los herreros fueron
piezas claves en las formas de producción. Crearon, copiaron o
modificaron medios de producción agricultora que se utilizaron hasta mediados
del siglo XX en cuanto campo hay entre las Sierras de Rocha, La Carbonera, La
Laguna Negra y el Cabo Santa María (antes que se llamara La Paloma).
Los herreros más recordados aún y de los que hay varias
historias pequeñas y anécdotas que se siguen trasmitiendo oralmente, fueron
GIANOLA y LOBATO.
El pueblo tuvo por fines del 1800 y comienzos de 1900 por lo
menos 3 herreros.
Gianola, aparentemente llegó hasta el paraje del Chafalote
debido a un naufragio.
Lobato, por opción.
Gianola tenía una fragua con fuelle de cuero de casi tres
metros de largo, con punta o cabo de cobre, para dar dentro del brasero.
Se dice que los gurises del lugar y un indio viejo
(recordado como DOBAL o DORBAL) “changueaban” el carbón de coronilla que
quemaba una familia de definida etnia africana, todos ellos altos, robustos y
de aspecto muy noble, cerca del Rincón del Chafalote.
El Herrero Gianola tenía herramientas que nadie tenía en
varios kilómetros a la redonda: pinzas dobles, cortadores y punzones de mazo,
llaves retorcedoras alemanas, una tijera de metal rojo que servía para cortar
sólo acero dulce, una linga de metal que estiraba para levantar piezas pesadas,
utilizando una mula.
Fundió hierro francés de componentes de una máquina que
lucía en varios piezas una marca “dongeant” o similar.
Un medianero de la Estancia “tres Ombúes” le trajo para
fundir y hacer otras piezas que se requerían, 7 clavos de cobre de casi 30
centímetros de largo sacados de los maderos de un naufragio, frente a la
estancia, en La Pedrera.
De Lobato hay varias historias que se recuerdan entre gente
que hoy reside fuera del Pueblo.
Hombre de hablar corto, de enormes manos ennegrecidas por el
trabajo, tenía una camisa larga de lona que se ponía al revés, abotonándola por
detrás. La cerraba cuando llegaba el primer visitante del día al taller.
Hizo trabajos simples como el calce de una reja para arar,
herraduras a medida, timón para arados, puntas para la mancera.
Y de los más difíciles: un escardillo múltiple, para varios
surcos, de tirar con 3 caballos, para las chacras de maíz.
O la trasmisión de un motor de barco, de casi 6 metros de
largo, que trozó, armó rosca con la terraja, y terminó trasformándola en la solución mecánica para un barco que
estaba cerca de La Paloma en torno de
1940.
Tanto Gianola como Lobato eran destinatarios seguros de
cuanto desguace de barco naufragado hacían los pobladores rurales de la costa
cercana. Cuatro argollas de cobre, de casi 20 kilos cada una fueron trasformadas en otros tantos marcos de cobre
para las ventas interiores de un cuartel militar importante de Montevideo.
Varias de las herramientas que ostentaban los “arsenales” de
los dos talleres de los famosos herreros de Chafalote fueron a dar a los
últimos artesanos matelúrgicos de Rocha, San Carlos y Santa Victoria.
Los hermanos ANCHOL, vascos que tenían un famosísimo y muy
sofisticado taller de herrería y cerrajería fina en la Ciudad de Rocha
(sobreviviente hasta 1970 en la esquina de la Callejuela y calle O. de los
Santos) competían con los también famosos metalúrgicos de Chafalote, también ya
en tiempos en que el pueblo se llamó “19 de Abril”.
Los herreros de CHAFALOTE, forjadores del metal y de la
templanza de la gente de trabajo del lugar.
Mario Barceló