martes, 3 de mayo de 2011

"No estoy murido" gritó

LE DICEN BIN LADEN, VIVE EN MONTEVIDEO

OPINION - Raúl Legnani



Tiene 29 años, trabaja limpiando parabrisas a pocas cuadras de LA REPUBLICA, frente al bar Las Flores. Es respetado en el barrio; las señoras ya adultas se preocupan de él, porque lo ven flaquito, particularmente cuando se acuesta sobre la vereda y al sol para tomar respiro.
Nunca tuvo un problema con nadie. Cubre con su trabajo los gastos diarios. "Bin Laden es un terrorista", dice cuando lo consultamos, mostrando que no está fuera de la realidad. "Es que a muchos de los peludos nos dicen así", dice su compañero de vidrios de autos que valen miles de dólares.
Claro, ayer fue un día especial: Bin Laden, el auténtico, había sido muerto por un grupo de élite de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
Las tapas de los diarios lo habían impactado: de alguna firma su propia muerte era noticia. Jamás se había imaginado leer su muerte, más cuando en el barrio le dicen Bin Laden. Algo al que todos los seres humanos nos pasa cuando leemos los avisos fúnebres.
"No estoy murido" gritó, cuando yo hice la broma en el bar, de que era falsa la auténtica muerte de Bin Laden, debido a su presencia física mientras tomaba una grapa a las apuradas, porque se le iban los autos. Eran las 14 horas.
Detrás de ese "murido" había algo especial, distinto e irracional. Esa irracionalidad que tenemos todos los mortales que queremos que se reconozca nuestra existencia, por lo menos un ratito.
Nuestro Bin Laden, el de la esquina del bar, el que nunca nos molestó y que de tarde habla por el teléfono público con alguien de su familia, a pesar del impacto de la muerte del otro Bin Laden, siguió limpiado vidrios, recibiendo algunas monedas, sin jamás pedir nada, con la sola actitud de extender el brazo con la mano abierta.
Cuando le pedimos una foto la aceptó. Estaba orgulloso. Yo tuve dudas de lo que estaba haciendo. Las sigo teniendo. Pero me importó y me sigue importando que nuestro Bin Laden está integrado democráticamente al bar, aunque seamos distintos, aunque él no pueda mirar más lejos que el día de mañana. Ni tomar un whisky o comer un medio pulpón.