Ya sea que se establezca su origen en el comienzo de la cuaresma cristiana como
en las más antiguas festividades grecorromanas a las deidades vinculadas a la
fertilidad y la vida, carnaval es sinónimo de excesos, lo que incluye la
sensualidad, la carcajada y las libaciones.
En términos generales, el goce de
los sentidos, del cuerpo y del espíritu, limitado y excitado por su fugacidad.
¿Qué es lo que causa estupor y preocupación del carnaval de La Pedrera ?
Lo primero es que
la bacanal involucra a cientos de vecinos que no quieren participar de ella ni
quieren prestar sus oídos a semejante vocinglería ni las entradas de sus casas
para las excrecencias dionisíacas o la fornicación.
Siendo que estos ciudadanos
están en su derecho a ser protegidos por la ley en el goce de su silencio y la
higiene de su propiedad, dejemos su defensa en manos de las autoridades y
ocupémonos de lo que cuestiones no tan obvias.
El carnaval de La
Pedrera se constituyó sin proponérselo en la contracara de su
homónimo montevideano. Mientras en el balneario rochense se expresa el goce de
los sentidos que hizo del carnaval lo que histórica y universalmente lo
caracteriza, en Montevideo la hemos convertido en un híbrido, que tiene su eje
gravitatorio ya no en los bailes y los corsos barriales, sino en una competencia presuntamente artística.
Concurso, jurado, puntaje, rubros, hinchadas, relojes e
inversionistas alternan en un ambiente artístico de forzada teatralidad,
dudosos valores poéticos, sensibilidad fingida, retiradas simuladas y coros que
parecen entrenados a base de esteroides anabólicos.
Los pocos conjuntos que
zafan de la solemnidad y los lugares comunes, que buscan la risa como expresión
gratuita del espíritu y que se sirven de la voz como herramienta expresiva,
rara vez figuran en el podio. Mucho menos si no utilizan golpes bajos, guiñaditas
políticas ni se muestran cómplices de aquellos a los que se debería, por
mandato de la historia, descuartizar.
Esto alcanza tanto a los políticos como a
los gallegos, los sacerdotes, los gauchos los periodistas y los gays.
Mientras el carnaval montevideano luce cada vez más
profesional, municipal y decente, La
Pedrera permite una expresión de espíritu pecaminoso,
improvisado, anárquico e indecoroso.
Cuando nos jactamos de tener el carnaval
más largo del mundo, no advertimos que esa es una de las causas de su
desnaturalización, de su descarnavalización.
El desenfreno que da la fugacidad,
la inminencia del fin de fiesta, es el antídoto contra un año de larga lucha.
“Tristeza näo tem fin; felicidade sim”, sentenciaba Vinicius de Moraes.
No hay
carnaval que pueda durar cuarenta días sin convertirse en otra cosa.