Robert Acosta, pescador artesanal de Punta del Diablo, faena un tiburon de 70 kilogramos, ayer, en su lugar de trabajo, frente a la Playa de los Pescadores. Foto: Nicolás Celaya.
La primera quincena de enero cerró justo un domingo y miles de turistas circularon de aquí para allá. Punta del Diablo es uno de los balnearios que más han crecido en los últimos años. Explota en verano, y éste no ha sido la excepción. Mucho ruido, mucho alcohol y bajo poder adquisitivo de los turistas que lo han visitado son algunos de los distintivos señalados por lugareños y trabajadores.
Los veraneantes lagarteaban tranquilamente al sol, tirados en las piedras, en reposeras, en bancos, en la arena; en cualquier lado estaba lindo para quedarse. El clima y el mar habían recuperado el ritmo estival, suspendido durante más de una semana por el agua, y la playa era aprovechada hasta el último momento por aquellos a los que se les terminaba la licencia, a la vez que comenzaban a llegar los primeros reemplazantes.
Comerciantes señalaron el bajo poder adquisitivo de los verneantes y hubo quien lo atribuyó a la menor presencia de argentinos. Olga, pobladora que desde hace 30 años tiene sobre la calle principal el restaurante que lleva su nombre, Lo de Olga, lamentó lo poco que gastaron los turistas pero también la dieta: “Solamente compran milanesas y chivitos”, graficó, y a un precio muy bajo (90 pesos un chivito y 70 la hamburguesa), mientras que en “un lugar como el nuestro [la oferta] se basa en pescados y mariscos y hoy es lo que menos se vende”. Recordó otros tiempos en los que las cazuelas de mariscos eran devoradas en cuanto salían, o los miles de kilos de pescado: “Ahora no; es un asombro, no da, por los impuestos altos”.
Para ellos la principal razón es que hay menor disponibilidad de peces que antes, “por la abundancia de lobos marinos, por la contaminación ambiental". "Cada vez que salimos traemos ocho a diez kilos de nailon envueltos en las redes en una lancha chiquita como la nuestra, así que imaginate”, contó. El turismo y la construcción da muchos más recursos que el tradicional ingreso. A modo de ejemplo, Acosta describió: “Estamos tan apretados por el turismo que algunos pescadores tienen la lancha para sacarle foto nada más y se dedican a otra cosa”. Para tener idea de las dimensiones, comentó: “Antes eran 26 lanchas, ahora quedan cinco o seis en actividad y después de temporada quedamos sólo dos o tres”.
Aun así, el hombre resaltó lo positivo: “Vivir acá es un privilegio; tenemos la posibilidad de venderle al público el producto que sacamos sin salir de nuestras casas, ¿en qué parte del mundo pasa eso?”.
Comerciantes señalaron el bajo poder adquisitivo de los verneantes y hubo quien lo atribuyó a la menor presencia de argentinos. Olga, pobladora que desde hace 30 años tiene sobre la calle principal el restaurante que lleva su nombre, Lo de Olga, lamentó lo poco que gastaron los turistas pero también la dieta: “Solamente compran milanesas y chivitos”, graficó, y a un precio muy bajo (90 pesos un chivito y 70 la hamburguesa), mientras que en “un lugar como el nuestro [la oferta] se basa en pescados y mariscos y hoy es lo que menos se vende”. Recordó otros tiempos en los que las cazuelas de mariscos eran devoradas en cuanto salían, o los miles de kilos de pescado: “Ahora no; es un asombro, no da, por los impuestos altos”.
Raíces marinas
“Este pueblo ya no es de pescadores, es turístico”, aseveró Robert Acosta, pescador, mientras limpiaba y trozaba un tiburón para salarlo y conservarlo con miras a comercializarlo en Semana de Turismo. Lo hacía en un galpón frente a la playa, junto con su hermano y otro filetero; allí limpian el pescado y lo venden al público, fresco. Son la tercera generación de pescadores, continúan la tradición de su padre y de su abuelo -Rodríguez de apellido- pero sienten que a lo mejor termina ahí la cadena. “Si trabajás para intermediario, ya no es rentable”, aseguró.Para ellos la principal razón es que hay menor disponibilidad de peces que antes, “por la abundancia de lobos marinos, por la contaminación ambiental". "Cada vez que salimos traemos ocho a diez kilos de nailon envueltos en las redes en una lancha chiquita como la nuestra, así que imaginate”, contó. El turismo y la construcción da muchos más recursos que el tradicional ingreso. A modo de ejemplo, Acosta describió: “Estamos tan apretados por el turismo que algunos pescadores tienen la lancha para sacarle foto nada más y se dedican a otra cosa”. Para tener idea de las dimensiones, comentó: “Antes eran 26 lanchas, ahora quedan cinco o seis en actividad y después de temporada quedamos sólo dos o tres”.
Aun así, el hombre resaltó lo positivo: “Vivir acá es un privilegio; tenemos la posibilidad de venderle al público el producto que sacamos sin salir de nuestras casas, ¿en qué parte del mundo pasa eso?”.
Amanda Muñoz/LaDiaria
