jueves, 19 de abril de 2012

la encuesta exploró y el resultado fue:

 Tabaré Vázquez 49%, Pedro Bordaberry 22% y Jorge Larrañaga 16%.

Columna

En camino hacia el 2014

por Daniel Gianell /Busqueda

Los líderes políticos lo son en cuanto expresan —y en cuanto contribuyen a forjar— los ideales, los sentimientos y las ilusiones de sus contemporáneos. Lo son en cuanto sus conciudadanos les reconocen méritos y conductas excepcionales: inteligencia, coraje, honestidad, vocación de servicio a la comunidad. Lo son porque despiertan confianza, convocan a pensar y soñar en un país mejor, más justo.
Su paso por la política no se limita a sus propias experiencias vitales. Su magisterio, su influencia política supera su ciclo biológico. Porque en torno suyo se conforman corrientes de opinión integradas por quienes se sienten discípulos y herederos de una prédica y una acción política.
Retirados o desaparecidos de la escena esos líderes, se abre siempre una disputa sucesoria por cubrir los espacios que esa ausencia dejó libre. No siempre quienes aspiran a ser sucesores dan la medida. Porque las virtudes no se heredan ni se adquieren por proximidad. Se aprende sí y mucho, trabajando con un político probo, inteligente y carismático. Pero el carisma, así como esas otras condiciones, no se hereda, no es transferible.
A veces los relevos se producen rápidamente; en ocasiones pasan años antes de que un país o un partido encuentre un nuevo timonel. En parte porque quienes se consideran herederos se aferran a estilos, gestualidades, razonamientos, patrones de conducta, que respondían a personas con otras condiciones, a otras circunstancias  históricas o a otros estados de ánimo de sus compatriotas.
Así le ocurrió al gaullismo, del que hoy quedan pocos vestigios en la política francesa. En otra época en la que todo transcurría con mayor parsimonia, así le ocurrió al batllismo de "don Pepe", cuya herencia política dio paso a una lucha familiar de varias décadas. Tampoco quedó mucho en pie tras la muerte de Wilson Ferreira en marzo de 1988.
Cada vez más bombardeada por un torrente de hechos nuevos, de nuevas situaciones, la opinión pública está en permanente fluctuación. ¿Quién habría imaginado hace sólo cinco años un movimiento como los "indignados" españoles, italianos, franceses y hasta estadounidenses en un mundo que disfrutaba un extenso período de expansión económica?
Cambia, todo cambia. Frente a los cambios, sin renunciar a sus principios y sus ideas, el político inteligente debe explicar esos cambios, adaptándose a ellos, a riesgo de quedar tirado al costado de la historia.
Al anunciar en junio que renunciaba a volver a luchar por una nueva postulación presidencial, el ex presidente Luis A. Lacalle reconoció que "yo ya no entiendo a esta sociedad y esta sociedad no me entiende a mí".
La decisión de Lacalle, que supone una correcta percepción de los sentimientos de un sector mayoritario de la ciudadanía, no supone que se hace a un lado en la lucha política. No deserta de la defensa de los intereses de su partido ni de su sector. Tampoco se desentiende de los desafíos y de la batalla política y cultural que les plantea a los uruguayos la actual coalición gobernante.
Pero al abrir paso a su sucesión en el Herrerismo, la decisión de Lacalle pone asimismo al Partido Nacional en una difícil encrucijada. Sobre todo en un país políticamente dividido en dos mitades relativamente parejas y en el cual las tradiciones y lealtades partidarias son cada vez más débiles.
Las últimas instancias electorales (2004/05 y 2009/10) han puesto de manifiesto la existencia de un número creciente de ciudadanos que no están dispuestos a votar a la izquierda y que optan solo entre candidaturas de la oposición.
Si bien faltan dos años y medio para la próxima elección presidencial, y por tanto aún habrá de correr mucha agua bajo los puentes, la publicación de una reciente encuesta de la consultora "Cifra" (Búsqueda, Nº 1.657) generó diferentes reacciones y encendió algunas alarmas en filas opositoras. La encuesta, que registra la intención de voto por partido —42% FA, 17% PN, 15% PC, 1,4% PI, 24% "no sabe o no contesta"—, indicaría el piso de cada fuerza política y el techo de "indecisos" y no respondentes.
Pero la encuesta exploró también quiénes son las principales figuras políticas para los ciudadanos (no intención de voto) y el resultado fue: Tabaré Vázquez 49%, Pedro Bordaberry 22% y Jorge Larrañaga 16%.
Estos guarismos no dicen mucho, pero tampoco carecen de relevancia política. De allí cierto nerviosismo manifestado en filas de Alianza Nacional, al tiempo que algunos medios han concluido que una actitud amistosa, no hostil, hacia el gobierno, no rinde electoralmente a dirigentes opositores.
Ello pone en cuestión la estrategia seguida estos años por Larrañaga, que ha procurado un relación cordial  con Mujica para negociar soluciones a problemas concretos. Una estrategia que, desde filas del senador blanco, se asocia a la "gobernabilidad" que, patriótica y desinteresadamente, Wilson Ferreira le dio al gobierno que encabezó Julio Sanguinetti en el restablecimiento democrático de 1985. Si dicho cuestionamiento es válido o no se verá en 2014.
Lo que sí está claro es que las circunstancias políticas son hoy bien diferentes a las de 1985 y que las características y condiciones del líder de Alianza Nacional difieren en mucho con la personalidad y el talento político de Ferreira Aldunate.
La "gobernabilidad" que Wilson dio a Sanguinetti era ante todo una contribución a la consolidación de una democracia recién restablecida. Debían recrearse hábitos democráticos perdidos en las luchas políticas de los años que precedieron a la dictadura, recrear un espíritu de convivencia pacífica, pero, además, remover, con extremo cuidado, muchos obstáculos como, por ejemplo, una crisis en el sistema financiero apenas instalado el gobierno.
Ferreira debía, también, reconstruir su propia figura como un hombre de centro, ante un sector de la opinión pública que le negó el voto al Partido Nacional en 1984. Un sector desconfiado de la actitud díscola y radicalmente opositora a los gobiernos de Pacheco Areco y Bordaberry que debieron enfrentar la guerrilla tupamara, y de que su antimilitarismo radical fuese la actitud más adecuada para encaminar la transición que se iniciaba. Pero además, Sanguinetti sabía que debía corresponder a esa disposición cooperante de Wilson, porque sin esa ayuda su propuesta de "cambio en paz" no tendría éxito.
Es imposible no advertir que no existe hoy similitud alguna con aquella circunstancia histórica. El gobierno frenteamplista tiene mayoría propia y sus bloqueos son consecuencia de sus propias luchas internas. Pero además, el Frente Amplio llegó al gobierno con un espíritu fundacional, dominado por una actitud y un espíritu maniqueísta y revanchista, empeñado en reescribir la historia, hostilizando una y otra vez a los partidos tradicionales, y a sus principales dirigentes. Es cierto que Mujica ha buscado un mejor relacionamiento con la oposición que su antecesor, frecuentemente hiriente y despectivo.
Nada parece indicar, por tanto, que la mitad opositora valore demasiado la actitud del senador Larrañaga, una mitad sin la cual difícilmente llegue a la Presidencia. Ni siquiera en un eventual balotaje. Porque va de suyo que la otra mitad del electorado votará al candidato que proponga el oficialismo.