–¿Cuánto llevan de casados? –José Carlos Cardoso: Nos casamos el 20 de setiembre de 2003, en el cumpleaños de María José y un día antes de que naciera nuestro hijo Juan Ignacio.
–¿Cómo fue la ceremonia? –Fue una celebración sencilla, al mediodía, en un salón de fiestas del Chuy –ciudad donde nació su mujer–. Vinieron los amigos y la familia. Ella lleva el espíritu brasileño en la sangre, así que bailamos incluso con tremenda barriga y todo salió perfecto. Faltaba un mes para el parto, pero por el estrés de la fiesta y la emoción, se adelantó.
–¿Qué lo llevó a apostar nuevamente al casamiento? –Hacía tres años que estábamos en pareja -ella era soltera-. Esperábamos a Juan y no existía ninguna contra para impedirlo. Nos pareció que era lógico y lo hicimos con gusto. Está claro que las parejas pueden vivir sin casarse: el matrimonio no hace la felicidad, ni la buena integración, ni la educación de los hijos; es un formalismo jurídico.
–¿Cómo llegaron a la decisión? –Capaz que estaba más decidida ella, pero la idea la construimos juntos. El hecho de que yo me hubiera casado antes no incidió para nada, porque en realidad hacía un tiempo que habíamos formalizado la pareja; de hecho vivíamos en la misma casa. Cuando la experiencia anterior no es buena tal vez existe un mayor temor a convivir de nuevo con alguien, no tanto a casarse. Pero no fue mi caso.
–¿El tiempo transcurrido entre los dos matrimonios fue el necesario para cerrar la historia pasada? –Me separé en 1999 y en 2003 volví a casarme. Soy una persona muy racional en mi vida laboral pero no en las cuestiones del afecto. En este terreno, la razón no cuenta mucho; sí pesan las ganas. Uno puede volver a equivocarse, pero decir "voy a esperar" solo por el hecho de ser planificador no me pasa por la cabeza. Me voy dejando llevar, tanto en el acierto como en el error. Por eso nunca me planteé una cuestión de tiempo; igualmente no me imagino viviendo solo mucho tiempo: a pesar de que viajo seguido y duermo varios días de la semana en Montevideo –es diputado y miembro del directorio del Partido Nacional– tener un lugar donde volver es importante.
–¿Pesa la experiencia anterior? –Las relaciones son totalmente distintas. Mi primer matrimonio no tiene nada que ver con el segundo; son dos mujeres diferentes. Mi primera esposa era mi novia del liceo y tuve una relación formal, propia de otra época; cuando era impensable vivir en concubinato. Algo que cambió en esta segunda experiencia, con respecto a la anterior, fue que María José me acompaña mucho en mi actividad política. A veces tengo giras por el interior los fines de semana y salimos los tres. Esa es una actitud que corregí de mí mismo: yo busco que me acompañe, que duerma conmigo.
–¿La segunda vez se elige más con la razón que con el corazón? –Como dije, no soy racional. No pienso que tal cosa me conviene y tal otra no. Capaz que funciona mejor así, pero no me adapto a eso. Me conecto con alguien y después se verá.
–¿Se piensa más en el futuro de la pareja o es más relajado? –El miedo a qué puede pasar a futuro se presentó cuando nació Juan. Antes de su llegada no, porque María José y yo somos adultos; si no funciona, no funciona. Pero con el gurí la cosa cambia, uno tiene que dar ciertas explicaciones ante los hijos. Aunque el divorcio se resuelva bien, siempre te sentís un poco culpable frente a los chiquilines. Por otra parte importa la edad: cuando me separé tenía 40 años, a esa altura uno posee más empuje. A los 53 te va entrando la prudencia.
–¿Cree en el amor para toda la vida? –Es difícil. El amor es un encantamiento permanente. El amor sublime existe de padres a hijos, pero con la pareja hay que construirlo y protegerlo. El "te quiero para toda la vida" no me cierra mucho. A veces nos tironeamos un poco, pero la vamos llevando, tal vez ésta sea para siempre.
–¿Cómo fue la ceremonia? –Fue una celebración sencilla, al mediodía, en un salón de fiestas del Chuy –ciudad donde nació su mujer–. Vinieron los amigos y la familia. Ella lleva el espíritu brasileño en la sangre, así que bailamos incluso con tremenda barriga y todo salió perfecto. Faltaba un mes para el parto, pero por el estrés de la fiesta y la emoción, se adelantó.
–¿Qué lo llevó a apostar nuevamente al casamiento? –Hacía tres años que estábamos en pareja -ella era soltera-. Esperábamos a Juan y no existía ninguna contra para impedirlo. Nos pareció que era lógico y lo hicimos con gusto. Está claro que las parejas pueden vivir sin casarse: el matrimonio no hace la felicidad, ni la buena integración, ni la educación de los hijos; es un formalismo jurídico.
–¿Cómo llegaron a la decisión? –Capaz que estaba más decidida ella, pero la idea la construimos juntos. El hecho de que yo me hubiera casado antes no incidió para nada, porque en realidad hacía un tiempo que habíamos formalizado la pareja; de hecho vivíamos en la misma casa. Cuando la experiencia anterior no es buena tal vez existe un mayor temor a convivir de nuevo con alguien, no tanto a casarse. Pero no fue mi caso.
–¿El tiempo transcurrido entre los dos matrimonios fue el necesario para cerrar la historia pasada? –Me separé en 1999 y en 2003 volví a casarme. Soy una persona muy racional en mi vida laboral pero no en las cuestiones del afecto. En este terreno, la razón no cuenta mucho; sí pesan las ganas. Uno puede volver a equivocarse, pero decir "voy a esperar" solo por el hecho de ser planificador no me pasa por la cabeza. Me voy dejando llevar, tanto en el acierto como en el error. Por eso nunca me planteé una cuestión de tiempo; igualmente no me imagino viviendo solo mucho tiempo: a pesar de que viajo seguido y duermo varios días de la semana en Montevideo –es diputado y miembro del directorio del Partido Nacional– tener un lugar donde volver es importante.
–¿Pesa la experiencia anterior? –Las relaciones son totalmente distintas. Mi primer matrimonio no tiene nada que ver con el segundo; son dos mujeres diferentes. Mi primera esposa era mi novia del liceo y tuve una relación formal, propia de otra época; cuando era impensable vivir en concubinato. Algo que cambió en esta segunda experiencia, con respecto a la anterior, fue que María José me acompaña mucho en mi actividad política. A veces tengo giras por el interior los fines de semana y salimos los tres. Esa es una actitud que corregí de mí mismo: yo busco que me acompañe, que duerma conmigo.
–¿La segunda vez se elige más con la razón que con el corazón? –Como dije, no soy racional. No pienso que tal cosa me conviene y tal otra no. Capaz que funciona mejor así, pero no me adapto a eso. Me conecto con alguien y después se verá.
–¿Se piensa más en el futuro de la pareja o es más relajado? –El miedo a qué puede pasar a futuro se presentó cuando nació Juan. Antes de su llegada no, porque María José y yo somos adultos; si no funciona, no funciona. Pero con el gurí la cosa cambia, uno tiene que dar ciertas explicaciones ante los hijos. Aunque el divorcio se resuelva bien, siempre te sentís un poco culpable frente a los chiquilines. Por otra parte importa la edad: cuando me separé tenía 40 años, a esa altura uno posee más empuje. A los 53 te va entrando la prudencia.
–¿Cree en el amor para toda la vida? –Es difícil. El amor es un encantamiento permanente. El amor sublime existe de padres a hijos, pero con la pareja hay que construirlo y protegerlo. El "te quiero para toda la vida" no me cierra mucho. A veces nos tironeamos un poco, pero la vamos llevando, tal vez ésta sea para siempre.

