domingo, 20 de enero de 2013

LEGADO EN DISPUTA: WILSON FERREIRA, LA LIBERTAD, EL EXILIO Y LA MUERTE


¿Qué significa ser “wilsonista” en el Uruguay de hoy?

LUIS CASAL BECK 
La Republica
El mapa de los blancos está por demás agitado.
 Es este un verano caliente. Reuniones, lanzamiento de precandidaturas presidenciales para el 2014,
 nuevas alianzas. 
En este escenario, con la desarticulación de la UNA, han aflorado voces de dirigentes que entienden que se ingresará a una nueva bipolaridad: “herreristas” por un lado, y “wilsonistas” por el otro. 
Es tiempo de empezar a indagar sobre la vida de Wilson Ferreira (1919-1988), su ideología, las proyecciones de su liderazgo.

En 1986, María Esther Gilio entrevistó a Ferreira para un libro-reportaje por demás revelador sobre la vida personal y las concepciones del caudillo blanco. En un momento, al querer saber algo más sobre sus vínculos con Luis Alberto de Herrera, se enfrentó a una respuesta que la sorprendió: “Yo no conocí a Herrera. Nunca en mi vida lo vi. Ni de cerca ni de lejos(..) Yo venía de la otra vertiente. El murió en el 59, a los cuatro o cinco meses de la victoria blanca. Y allí lo vi por primera vez…”
¿Quiere decir que lo vio ya muerto?, repreguntó Gilio.
“Claro, -respondió Ferreira-, cuando lo llevaron al Palacio Legislativo”. En ese largo reportaje (Wilson Ferreira Aldunate, Trilce, 1986), el entonces presidente de los blancos subrayó los motivos de su distanciamiento con Herrera (el apoyo herrerista a la dictadura de Gabriel Terra, iniciada en marzo de 1933), y su creciente admiración ulterior por aquel hombre que tenía “un rechazo obsesivo por la intervención imperial”; impidió que en Uruguay “se instalaran bases militares norteamericanas”, y supo solidarizarse con los movimientos de liberación en el Tercer Mundo. “Lo que nos separaba de Herrera era sobre todo episódico, anecdótico”, concluía.
En los inicios de la década de 1930, los blancos se dividieron en “herreristas” y “nacionalistas independientes”, o como recordaba Carlos Real de Azúa, entre “ranas” y avestruces”. (Enciclopedia Uruguaya Nº 50, 1969). Cuando la ruptura terrista (1933) esto adquirió otras formas. Entre 1942 y 1954, existieron incluso dos presentaciones electorales (Partido Nacional, herreristas; Partido Nacional Independiente). En 1958 todos volvieron a votar bajo un mismo lema.
Los liderados por Herrera (el nacionalismo popular), representaban a la enorme mayoría del electorado nacionalista (intendentes, parlamentarios). Los nacionalistas independientes, eran los “doctores”, la gente de los diarios El País y El Plata, muy ilustrados, pero con reducido apoyo ciudadano, como le diría el propio Ferreira a Gilio: “el nacionalismo independiente, tenía cumbres intelectuales (…) pero tenía cada vez menos votos, mientras Herrera, tenía cada vez más”.
Ferrreira, que llegó a Montevideo en el año del golpe de Terra (ver historia de su vida), militó desde muy joven en el nacionalismo independiente, llegando a integrar uno de sus directorios, siendo candidato por la lista 400 de Washington Beltrán y escribiendo sueltos y editoriales en El País de Montevideo. Era carismático, ejecutivo; probó su popularidad cuando lo llevaron a Colonia para ser candidato a diputado (1958), y sacó más de 12 mil votos. En 1962, la “ubedoxia” (la Unión Blanca Democrática, UBD, formada por blancos no herreristas, y el sector herrerista de Eduardo Víctor Haedo) ganó el gobierno, y el propio Beltrán, entró al Consejo Nacional de Gobierno. A Wilson Ferreira, lo designaron ministro de Ganadería y Agricultura; al poco tiempo, se había ganado el apodo de “primer ministro”.
Estando en esa cartera e influido por los diagnósticos y las propuestas reformistas de la Cepal y la propia Comisión de Inversión y Desarrollo Economico (Cide), Ferreira, propuso en el Parlamento proyectos de ley sobre la reformulación de las estructuras agropecuarias y el desarrollo del cooperativismo, que nunca fueron consideradas. Constituyeron un gran avance progresista, que quedó en el papel. (Las distintas propuestas, integran el tomo 1 de una serie de libros que publicó el Senado en su homenaje, en 1996).
Es en el ciclo abierto por el presidente colorado Jorge Pacheco Areco (1967-1972) y su creciente autoritarismo, que Ferreira, -que era senador electo por el grupo de Beltrán (Divisa Blanca),- adquirió un perfil distinto. Denunció las violaciones a la ley, hizo caer ministros acusados de corrupción, se erigió en líder opositor, en un partido donde la derecha era dominante (el grupo del herrerista Martín R. Echegoyen, conformaba la mayoría). En 1969, creó su propio grupo (Por la Patria), con ex nacionalistas independientes y unos cuantos herreristas. En 1971, fue candidato presidencial y presentó un programa (“Nuestro Compromiso con Usted”, de 44 páginas), donde planteó un Uruguay, con democracia plena y reformas estructurales varias, empezando por la redistribución de la tierra.
Fue individualmente el más votado y perdió la elección por 12 mil votos, en elecciones que el Partido Nacional consideró habían sido manipuladas por el oficialismo pachequista. A partir de entonces, el wilsonismo fue el sector hegemónico entre los blancos (directorio, convención), y reclamó cambios de fondo, para afrontar la crisis, en una sociedad donde la violencia se había exacerbado, y tras la victoria militar sobre la guerrilla (1972), las Fuerzas Armadas avanzaban sobre las instituciones a las que terminaron rompiendo en 1973.
Ferreira se exilió en Argentina, con ciertas esperanzas de transitoriedad del régimen cívico-militar. En 1976, salvó por minutos su vida (alertado, se fue del establecimiento rural donde estaba), de un operativo para asesinarlo, en el que intervinieron comandos que un rato antes habían secuestrado para después asesinar a Zelmar Michelini, y a Héctor Gutiérrez Ruiz (un wilsonista de pasado herrerista), y se instaló en Londres, donde pasó a ser el gran referente de la resistencia a las dictaduras de la seguridad nacional en latinoamérica. Viajó incansablemente, hizo denuncias, llegó a respaldar a grupos (como la Convergencia Democrática Uruguaya, con notorias personalidades de la izquierda) obsesionado por el regreso a la democracia en el país, mientras en Uruguay, fue requerido y las publicaciones que lo citaban eran cerradas por la dictadura. Su nombre adquirió dimensiones legendarias.
En 1980, llamó a votar en contra del plebiscito constitucional. En 1982, sus partidarios triunfaron en las internas del Partido Nacional, que fue el más votado, para sorpresa de los colorados. En 1983, lo proclamaron nuevamente candidato presidencial. En 1984, regresó un 16 de junio, pero los militares lo llevaron preso a un cuartel de Trinidad (donde en una misiva, sacada clandestinamente, denunció un pacto entre el jefe del Ejército, Hugo Medina, y el líder colorado Julio Sanguinetti, que ganó aquella elección), siendo liberado cinco días después de los comicios realizados un 25 de noviembre.
Ferreira, aseguró la gobernabilidad a las nuevas autoridades, porque el objetivo era consolidar la nueva institucionalidad, pero reclamó “amnistía general e irrestricta de todos los presos políticos”, medida esta, contraria al pensamiento de la mayoría colorada y de la propia derecha blanca. En 1985, asumió la presidencia de su partido, y tuvo un liderazgo breve, porque su salud se deterioró (cáncer de pulmón), muriendo en marzo de 1988, a los 69 años. En todos esos meses, buscó organizar a un partido con otras bases de sustentación (en los sindicatos, en las gremiales estudiantiles), y ensayó distintas salidas para los problemas emergentes de la transición (la pavorosa situación financiera en que la dictadura dejó al país; el juzgamiento de los casos de violaciones a los derechos humanos en la etapa autoritaria). En diciembre de 1986, ante las amenazas de desacato militar, respaldó una ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado. Poco antes, había hablado con el jefe del Ejército, Hugo Medina, que se comprometió a depurar a la institución, mediante tribunales de honor y otros instrumentos. Lo que nunca ocurrió.