Mauro Mego EDIL MPP, E609 FRENTE AMPLIO ROCHA
Ni bien se supo en Rocha la victoria del Frente Amplio, y con
ella el triunfo de Aníbal Pereyra, el mensaje del nuevo gobierno fue claro.
No solo hubo un mensaje hacia la sociedad rochense buscando
la unidad necesaria para desarrollar políticas para todos a través de un
diálogo profundo, sino que también hubo otro orientado a los compañeros y
compañeras que formamos parte de esta herramienta política llamada Frente
Amplio.
Bien operativo fue el mensaje en tiempos de la “izquierda en
el gobierno”, en donde nos ha tocado insertarnos a dirigir la institucionalidad
de un país tan complejo como el Uruguay.
Actualmente las izquierdas que han
obtenido el gobierno se ven a menudo interpeladas por un sinfín de desafíos:
sus vínculos con las clases trabajadoras, sus vínculos con el mercado, sus
relaciones con los grupos de poder, su capacidad de arrojo a la hora de asumir
algunas políticas, las posibilidades de corrupción, la lentitud del cambio
social desde la perspectiva de la administración capitalista, el rol del Estado
y así podemos seguir enumerando.
Parte de esa interpelación es realizada incluso desde dentro
de nuestra estructura política, diversa, variopinta. Otra de ella es realizada
desde fuera, de aquellos que se entienden ya “no representados” por el rumbo
del gobierno. Sobre estos últimos hemos dicho varias veces que cabría un
análisis respecto de los móviles de esa crítica y la operatividad de la misma.
Porque de lo contrario estaremos frente a consignas o grandes “ideas fuerza”
que desdibujan los contextos, vuelven a las “soluciones” elementos aislados
desprovistos de la acción que sobre ellas pueden ejercer las fuerzas sociales,
históricas.
Cabría aquí una autocrítica sobre nuestro rol “opositor” en
el pasado. Pero el mencionado no deja de ser un camino cómodo intelectualmente.
Aun así, sabiendo lo diverso del entramado crítico, caben aquí algunas preguntas
que son las que de alguna manera el compañero Aníbal Pereyra, desde su nuevo
rol de intendente, ha puesto sobre la mesa ya desde su discurso de asunción.
Vacunados sobre lo dicho, debemos sentarnos a leer la
crítica y a leer el estado de situación del campo progresista uruguayo. ¿Cómo
reorientamos estos dilemas desde la asunción de los gobiernos? ¿Cómo evitamos
el desgaste institucional que implica ser oficialismo? ¿Cómo seguimos siendo la
herramienta de cambio vigente, sobre todo ante las nuevas generaciones? Y aún
más: ¿Cuál es el rol de quienes asumimos responsabilidades políticas en esa
construcción? Que nos ha tocado llevar adelante políticas bien diferentes a las
de los partidos fundacionales y que estas han sido exitosas, no hay dudas. Pero
esto no basta. No bastan los buenos balances, las cifras auditadas por
organismos internacionales que confirman el éxito de los diez años
progresistas.
Y si bien es cierto que hemos colaborado con el “cambio
cultural” necesario para la transformación de la forma en la que se construye
políticamente, aún falta. Es cierto que hemos recibido un Estado dado, una
sociedad dada, una legalidad construida para pocos y por otros, un complejo
equilibrio de relaciones solventadas en fuertes mitos nacionales, tan
cuestionables de fondo como vigentes.
Esa visión autocomplaciente de la “uruguayés” barnizada por
nuestra prestigiosa institucionalización, encarna en su interior zonas
desparejas, vacías, que deben ser interpeladas fuertemente. Debemos demostrar
que hay cosas que podemos cambiar y que tenemos ganas de hacerlo, contra
algunos costos coyunturales, pero necesarios de asumir. Y debemos solventarlo
nosotros, quienes estamos inmersos en la estructura.
No podemos solamente visualizar las alianzas electorales y
la lucha por cargos o posiciones como el móvil o la condición del arribo al
gobierno. Debemos seguir insistiendo en que somos nosotros el rostro de un
proyecto político que debe ser austero y transformador, sin romanticismos pero
con los menos desvíos posibles. La condición humana es humana a secas, pero, y
así lo ha marcado fuertemente el nuevo gobierno frenteamplista de Rocha, debe
recaer sobre nosotros la ardiente tarea de ser militantes, que destaca
prioridades y que sin dudas deja cosas de lado por su aporte a estos procesos.
Si la gente empieza a no advertir diferencias con otros
desde esa perspectiva, difícil podamos seguir siendo opción de cambio real,
sino nos animamos a más y sino hace carne en nosotros ese rol de profundo amor
por la humanidad y por “el otro” que debe guiar a la acción política de
izquierda, el camino será corto.
Estamos a tiempo de ir corrigiendo esto, dando espacio al
debate, dando autonomía relativa a la fuerza política respecto del gobierno,
pero sobre todo también dando señales comprobables de que estamos aquí para
transformar la sociedad y no para la esgrima entre egos y posiciones. No
podemos esperar que una derrota electoral nos obligue a hacer nuestra propia
autopsia.